De esas
mañanas que te levantas sin un motivo, sin ganas de vivir, ni te miras al
espejo no vaya a ser que des más asco por fuera que por dentro. Y aun así te
levantas. De esos días que te das cuenta de que estás más sola que la tristeza,
que ni le importas a nadie ni viceversa.
Y lees
que alguien se quedó viuda con tu edad, con dos niños y después de 20 años de
amor, y sientes dolor por ella. Pero llega un segundo en el que te quedas sin
aire, y ves la otra realidad. Ella tuvo 20 años de amor maravillosos, dos hijos
extraordinarios, yo voy a morir sola.
Y seré
una loca por envidiarla, pero su sufrimiento viene de una felicidad que superó
dos décadas, de una constancia en algo tan importante como es el amor. El amor
que da la vida y la quita. Ella hoy llora su pérdida, mañana recordará lo que
tuvo, lo que siempre tendrá de él a su lado, lo que le hará llorar y reír a lo
largo de toda su vida, sus recuerdos son su mayor tesoro.
Y me
pregunto, compensará no sufrir nunca la pérdida de alguien que amaste, o mejor
llorar habiendo amado.
Y te
das cuenta de que eso no lo eliges tú, entonces piensas en rendirte, en hacerte
ermitaña. Comprarte un buen consolador y pasar del mundo, de los hombres, de
los gatitos que arañan, de los que confunden con su mirada, de los que no sabes
qué pensar, de los callados, de los músicos, de los profesores. De los que
prometen.
Y
quiero estar contigo siempre, pero dudo a veces de quién eres. Ya, a veces, no
eres tú quien me ama en sueños, a veces, no eres tú en quien pienso, a veces…
Y estoy
harta de despedidas, me quedo en este bar, donde siempre, pero sin levantar la
mirada, sin ver quién entra y quién sale, sin decir nunca más hasta luego. Prefiero
decir un último adiós, que estar toda mi vida despidiéndome.
ZMD
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