martes, 28 de octubre de 2014

No siempre en los finales hay perdices

Había una vez una niña que no sabia controlar sus sentimientos…

Siempre estaba amorosa o enfadada. Su mamá no sabía que hacer con ella, siempre le daba la razón con tal de no discutir con ella.

Un día, la niña decidió ser suficientemente madura, como para formar su propia familia. Ella no se sentía feliz con la familia que tenía, su mamá no era perfecta. Quería ser ama de casa y dedicarse por completo a su nuevo hogar. Pero a la niña no le salieron bien las cosas, y encima, resultó no ser tan madura como para afrontar los males.

La mamá de la niña desastrosa se volcó en ayudar a su hija. Pasaron juntas días y noches, conversaron, lloraron, se conocieron más. La niña se dio cuenta de que no había valorado suficientemente a su madre.

La madre y la hija estuvieron viviendo juntas un tiempo, pero la niña triste iba y venía de distintas aventuras funestas que llevaba a cabo para buscar su sitio, ya que por muy estable, relajado y bonito que fuera vivir con su mamá, ella necesitaba su propio universo, uno en el que su soledad no estuviera tan acompañada.

La niña se hizo mayor, la verdad es que solo lo notaba frente al espejo, por dentro sentía el mismo miedo que cuando era pequeña y se metía en líos.

Ella siempre tuvo una horrible afición a los porros, decía que si no fumaba, se volvía agresiva, y prefería eso que pastillas para locos.

La niña vivió feliz unos años a lo Bob Marley, decidió hacerse una mujer de provecho, se enamoró de un príncipe, al que no logró convencer de que cediera el poder a la República. Y terminaron los años de control.

La niña decidió volver a casa con su mamá después de librar batallas con sus propias cadenas. Volvió a casa enferma, esquelética. Y su mamá la cuidó hasta convertirla en una muchacha, pese a tener canas en sus rizos y arrugas en su rostro, la niña al fin, por dentro, comenzó a sentirse joven, menos niña. Y hasta empezaron a salirle granos.

La niña se dio cuenta de que había desarrollado un sentimiento nuevo al madurar un poco, precisamente el reconocerse como temerosa, había comprendido que todo el mundo siente miedo, y que todos los problemas que se nos presentan en la vida, se tienen que afrontar de una u otra manera. Desarrolló un poder sensitivo que llamó: Empatía. Dejó de sentir tristeza cuando supo que todo en esta vida pasa, aunque a veces no exista un buen final.


FIN

ZMD



Reservados todos los derechos

No hay comentarios:

Publicar un comentario